Llenguatge i significat: tirànica decadència o vida enllà del segrest?

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“When I use a word,’ Humpty Dumpty said in rather a scornful tone, ‘it means just what I choose it to mean — neither more nor less.’
’The question is,’ said Alice, ‘whether you can make words mean so many different things.’

’The question is,’ said Humpty Dumpty, ‘which is to be master — that’s all.”


Lewis Carroll, Through the Looking Glass

«– Quan jo dic Una paraula -afirma Humpty Dumpty- significa allò que jo vull que signifiqui; ni més ni menys.

– La qüestió és -contesta Alícia- si pot fer que les paraules signifiquin coses diferents.

-La qüestió és -replica Humpty Dumpty- qui és qui mana, i s’ha acabat.»

«El uso que el poder hace del lenguaje, el uso manipulador del lenguaje, es tan antiguo como el dominio y el poder. Chamanes, religiosos, políticos, económicos, intelectuales, utilizaron las palabras para confundir, aterrorizar, ocultar y mantener la ignorancia sobre las verdaderas relaciones de dominio y explotación. Además, “el ser humano es tan propenso al efecto hipnótico de los lemas como a las enfermedades contagiosas”, decía A. Köstler. »

Fragment extret de http://unaantropologaenlaluna.blogspot.com.es/2015/10/la-palabra-de-humpty-dumpty-los.html

Però, hi ha esperança al llenguatge, a la paraula? Només si ens l’apropiem i la posem al servei de vides concretes, de la superació d’horrors i negacions, de l’afirmació de passions i arguments per a la vida en dignitat. Si, en suma, cada persona que anomena ho fa per dir un no contundent i incondicional allò que l’horroritza i un sí igual de contundent a allò que li apassiona, li crida, o pren com a horitzó de la seva vida. Vet aquí la tensió entre senyor i el mal vassall, entre qui mana i qui mai serà manat, qui pren partida.

«

Una madre revisa los pantalones de su hijo de 8 años antes de lavarlos y del bolsillo derecho cae una piedrecita. No es una piedrecita. Hay que imaginar la escena: el niño camina pensativo tratando de resolver un problema muy grande -el de un compañero de escuela muerto o el de la noche oscura y sin fronteras- y tanta es su angustia que se inclina al borde del sendero. Concreta ahí todo ese malestar abstracto: la palpa, la acaricia, la lanza al aire, la empuña y, ya un poco aliviado, la guarda en el bolsillo. Cada vez que le vuelve ese temor incomprensible, busca en el pantalón y cierra la mano sobre ella. No es una piedrecita; es un problema o, mejor aún, una tentativa de solución. Y por eso la madre, cuando la ve caer ahora del bolsillo, siente una mezcla de ternura y de ansiedad. En el último mes, su hijo ha recogido siete piedrecitas del camino, Unas de alegría y otras de dolor.

Así son los chicos. Así somos todos. Lo que no podemos explicar, lo que no podemos arreglar, lo que nos asusta o nos hace felices nos lo guardamos en el bolsillo. Primero empezamos recogiendo guijarros y después pasamos a acumular palabras y nombres. Amuletos, torniquetes y signos, los nombres son, en efecto, las piedras guardadas en la boca con las que tratamos, en un solo gesto, de conjurar el mal, solidificar el mundo y representar nuestras emociones.

¿Por qué sentimos la tentación de derribar los muros y es en cambio un crimen bombardear una casa?

Porque los muros no tienen ojos y las casas sí.

¿Por qué los barcos tienen nombre y los coches no?

Porque los barcos tienen alma y los coches no.

“Alma”, lo sabemos, no describe más que una determinada intensidad de la voluntad, una particular presencia del objeto, una terquedad de la atención. Hay criaturas -como el Dios judío- que no pueden ser nombradas y otras, en cambio, que están pidiendo a gritos un nombre al que responder. Si tratamos de asir la práctica en una regla, podemos decir que ponemos nombre a los cuerpos u objetos que cumplen al menos una de estas tres condiciones:

– Nombramos lo que hemos hecho con nuestras propias manos (incluido, claro, el cuerpo del amado, fabricado por nuestras caricias, construido con nuestra ternura, rebautizado una y otra vez, para aferrarlo mejor, con toda clase de diminutivos y paranimias).

– Nombramos también todo aquello a lo que hemos añadido nuestra propia vida a través de un largo uso o una atención constante. Los melanesios ponen nombre a sus cucharas de palo, los marineros a sus barcos, los granjeros a sus cinco vacas.

– Nombramos también todo aquello de lo que queremos apoderarnos. Colón renombró las tierras que iba conquistando mientras la Iglesia rebautizaba a los indígenas forzados a la conversión. Los estadounidenses se apropiaron de las sequoyas de California poniéndoles nombres de generales yanquis.

Pero si se trata de apoderarse de algo o de alguien, digámoslo enseguida, los nombres son poco eficaces y hasta peligrosos, pues todo lo que tiene nombre -aunque no sea el suyo propio- puede rebelarse contra su Nominador. El esclavo puede responder a la llamada del amo, pero también puede ser llamado por el amor, la razón o la revolución.

En realidad el dominio absoluto prefiere precisamente negar -o arrancar- el nombre a sus esclavos. Una de las formas elementales de negar el nombre es el número, que acepta o impone la intercambiabilidad de todas las existencias. Ni siquiera el más avaro de los hombres bautizaría una por una sus monedas; al codicioso no le importa que sean concretamente ésas sino que sean muchas y produzcan muchas más. No quiere llamarlas sino contarlas. Lo mismo pasa con el carcelero, el cumplimiento de cuya misión, al margen de caprichos compasivos y tentaciones humanas, depende del hecho de que sustituya el nombre del prisionero por una cifra. El dinero y los prisioneros no se nombran; sencillamente se numeran. » Fragment de l’article «Marcas o nombres» de Santiago Alba.

L’humà, l’intel·ligencia animal en general, deriva del seu devenir pel món estructures cognitives abstractes que donen suport a vivències futures a la llum de l’experimentat. Llengües, espiritualitats, cultures, cosmovisions, paradigmes són formes concretes d’aquest fenomen nascudes del fons dels mil·lennis. Gènesi i objectiu, tot un: l’eclosió de la vida.

L’arribada dels manaments ho ha subvertit tot i, allà on l’abstracte catapultava la vida cap a un esclat de noves formes, ara la empobreix i sotmet, la nega com a propòsit últim i la relega com a objecte d’obediència a objectius inconfessables.

Si, ara, la llengua, l’abstracte en general és, com diu Humpty Dumpty, de qui mana, de qui és la llengua, l’abstracte genocidat? A mans de qui queda la vida per a la que se’ls ha creat?

A on van anar a parar tantes llargues cabelleres d’aborígens americans (i no americans), que evocaven la més llarga encara memòria?

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